TOKI by Rosselot Armando

TOKI by Rosselot Armando

autor:Rosselot, Armando [Rosselot, Armando]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novelas
editor: Editorial Segismundo
publicado: 2017-02-17T16:00:00+00:00


9.

Para sorpresa de Juan y Galvar, Tulio había reclutado a más de dos docenas de hombres. Todos se encontraban armados, llevaban lanzas, arcos, ondas y flechas.

—El agua y los gusanos lo llevarán las mujeres —comunicó Tulio—. Un poco antes de salir comeremos mucha fruta —dijo el joven, muy decidido.

—Bien —respondió Juan—. Al parecer todavía queda algo de orgullo aquí. ¡Nosotros estamos preparados para lo que viene! —gritó.

Todos levantaron sus armas, palos y antorchas.

—¡Estamos listos para la lucha! —respondieron en un grito fuerte y claro.

Algo había cambiado con los hombres del Hábitat, pensó Juan, algo sin duda había hecho la bruja de su tía en aquel lugar, y algo iba a suceder con ello.

Galvar, lo observó sonriente.

En pocos minutos todo estaba dispuesto. Debían ser rápidos y estar frente la Puerta Azul antes del amanecer de la siguiente jornada. Juan y el kalku conocían bien el camino e irían un poco más adelante para guiar a los hombres de una manera eficiente y evitar que algún engendro volador los atacase; los Piwuchén, como le dijo Galvar que se llamaban.

—A veces pueden aparecer volando —dijo—, pero también pueden ser similares a serpientes, o aparecerse con alguna forma similar a la humana, como los que vencimos. Son engendros, fruto del conocimiento que los dioses tras las nubes le dejaron al Cepress. Nada más.

—Nadie será tocado por ellos —aseguró Juan.

—No prometas cosas que no puedas cumplir, Juan —dijo el kalku—. El Cepress atacará con todo lo que tiene.

Momentos después todo el grupo comenzó a moverse en silencio con Juan, Galvar y el joven Tulio a la cabeza, mientras los que se quedaban en el Hábitat los observaban con gran respeto y esperanza. Únicamente se oyó el respirar de las gentes, los pasos en la seca tierra y el sonido de escudos y armas.

El recorrido no tuvo inconvenientes. Juan y el brujo sobrevolaron varias veces a la tropa de hombres y mujeres que cruzaban la abominable oscuridad con sólo algunas antorchas. Hacia el oriente, en la lejanía, la luz de los dos Cuel había aumentado su brillo, con lo que Galvar concluyó que la machi y Montero avivaron el fuego para guiarlos hacia ellos.

La luz del castillo del Cepress brillaba a unos 45 grados sobre el fulgor de los Cuel en llamas.

Algunos hombres y mujeres iban sobre las dos tortugas del desierto que poseía el Hábitat, lo cual ayudaba a llevar ciertas armas y agua para no quitar fuerzas a los hombres. Los animales se movían con gran determinación. Como si supieran a qué iban.

Juan le pidió a Galvar que lo llevara un momento al refugio de Montero, que sabía dónde estaba, pues debía ir por algo. El brujo aceptó dejarlo en la entrada, para luego volver donde los demás hombres. Juan aceptó; no era conveniente dejar a la caravana abandonada y a merced de un ataque.

Al llegar, la soledad del hogar del viejo llenó de cierto temor a Juan. Si antes ya había estado ahí, no había reparado en todos los artefactos que Montero poseía y en lo antiguo que parecían ser; cosas de otro mundo, otra existencia, de libertad y de muerte.



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